Son las seis de la mañana, Zalamea La Real se despierta.
Las primeras luces de la mañana se reflejan en los cristales de los cafés-bares y alumbran la mirada dormida de los primeros vecinos. El pueblo está adormecido, pero comienza a reanimarse.
Son las ocho de la mañana, Zalamea se levanta.
Las grandes calles que surcan de este pueblo están bordeadas de elegantes casas adosadas y casonas de estilo propio que comienzan a animarse.
En la plaza, en el Ayuntamiento, las gentes salen y entran de este gran edificio de fachada refinada. El trasiego se repite cada día con un mismo decorado, y con los mismos personajes.
Son las diez de la mañana, Zalamea se vacía.
Abandonado por los flujos laborales, el pueblo queda reservado a las miradas de los curiosos. A lo largo de todo su eje histórico, el pueblo se presenta y descubre sus clásicos lugares con encanto: el Paseo Redondo, la calle San Vicente, a lo lejos la ermita de San Vicente, mas a dentro del enclave la ermita de La Divina Pastora, a extramuros La de San Blas, Las Crucecitas, los Campos de la Zapatera, el Pilar de Las Indias, el Pilarete, el Pilar Viejo, El Pilar de Abajo, etc... Como un friso cronológico, este eje termina supervisando a toda la comarca colosalmente desde La Torre de la Iglesia de Ntra. Sra. de La Asunción que se eleva en busca de tocar el cielo.
La piedra cede su lugar al hierro y al vidrio, en forma moderna, los edificios y las casas abren sus puertas y ventanas a toda Luz y Vida. La ciudad romántica musulmana se transforma en una ciudad de armonía, solidaria y generosa a todas y a cuantas circunstancias sean presentadas.
Es mediodía, Zalamea te invita a comer.
La gastronomía Zalameña se renueva, pero sigue siendo de todas una referencia única. Al paso por las calles a esta hora, los olores del cocido ó de los refritos para un guiso ó un potaje especial hacen entusiasmar los apetitos de cualquiera, aunque estos ya hayan sido semidistraídos por una deliciosa manguara de Arena (tapón rojo). El Jamón Ibérico (De Bellota), la chacina Ibérica (la célebre salchicha del Villar); Las recetas tradicionales, ó los dulces de la abuela (Queques, Rosas, Piñonates, Roscos, Pestiños) servidos por la mañana ó por la tarde en todos los acontecimientos: San Vicente, San Blas, Semana Santa, El Romerito, San Juan, La Feria, Los Toros, La Virgen del Rosario (todas las madrugadas de los sábados de octubre); Son una mezcla sutil de sabores y de productos excepcionales, y la puesta en escena del talento y la tradición de las elaboraciones de fritos con miel y harina.
Son las dos de la tarde,
Zalamea asciende bien alto, cerca del cielo, donde hasta la Torre de la iglesia parece encaramarse.
Su cuerpo de piedras y algún que otro adobe perdura en el horizonte urbano desde S. XVII y se ha convertido en el auténtico símbolo del pueblo.
A lo lejos, se divisa la Plaza de Toros (“Unión de Plazas de Toros Históricas de España”) que parece crecer a medida que se va ampliando el día; Ofreciendo un contraste ideal con sus meandros de pequeñas calles que las rodean, alegrando la vista al paso del transito por la N-435 y que sin darnos cuenta a una altura, hay que alzar la vista al césped del moderno e innovador Campo Municipal de Deportes Manuel Perea Anta.
Son las cuatro de la tarde. Zalamea crece... culturalmente.
El pueblo nos muestra todo un universo artístico donde formas, colores, sonidos, imágenes, música, pintura, escultura, cine o poesía y palabras toman consistencia en los ateneos: Biblioteca Municipal, Escuela de Música, Casa de Cultura ó Casa Cilla donde se presentan a los vecinos y visitantes como una manera alternativa de conectar con la cultura Universal.
Una mención aparte merecen el Cine-Teatro Ruiz Tatay donde se han paseado muchas de las mejores Revistas, Comedias y Veladas nacionales y se han proyectado las mejores Películas del momento.
Testigo ineludible de la época merece mencionar el Tesoro Artístico que posee Zalamea la Real en El Libro de Reglas de La Hermandad de San Vicente Mártir, donde se subrayaron las páginas de referencias históricas que permanece aun dispuestas a ser ojeadas en nuestros días.
Son las seis de la tarde. Zalamea se evade.
El trabajo terminó. Por fin liberados, los estudiantes invaden los jardines, los parques y las calles. Rodeados de piedras antiguas, los jardines se llenan de flores. Ya sea La Fuente del jardín ( un extremo del bulevar del Hogar del Pensionista), el Paseo del Ayuntamiento con sus bonitas baldosas a todo lo largo, La Plaza de Las Palmeras junto a la de Abastos (hoy día Museo de Los Dólmenes), La Carretera del Villar (en los alrededores de La Casa Blanca y La Encina La Loca) o la del Romerito (Los Pocitos), estos oasis son auténticos paraísos de calma, bienestar, bienandanzas, recreos y descansos.
Son las ocho de la tarde. Zalamea se viste de gala.
El sol se va ocultando. El cielo se va engalanando como si de un collar de perlas luminosas “las estrellas” se tratara. Los vecinos de esta Villa tienen la gracia de una diva y la sobriedad y compostura de las gentes distinguidas.
Son las diez de la noche, Zalamea sigue despierta.
Cuando llega la noche, la metamorfosis se produce.
El hormiguero diurno desaparece para dejar espacio a una población no tan activa, y menos variada y festiva.
Al pie de La Torre su reloj hace sonar las horas con un concierto de sonidos virtuosos. Los Viernes Santos sonaría la matraca, que al tercero daría paso a la parada por estaciones de penitencias, que marcan el recorrido de La Vía Sacra hasta el Santo Sepulcro. En unas horas, todos se dirigirán a sus casas y Zalamea empezará a dormir.